La
vida en los telpochcalli era dura. Desde la madrugada comenzaban las
extenuantes actividades. El día iniciaba con un helado baño, seguido de una
comida frugal y muy controlada. Solían memorizar los cantares con los hechos
relevantes de sus mayores y las alabanzas de sus dioses, además de aprender y
ejercitarse en el manejo de las armas como el átlatl, instrumento utilizado
para lanzar pequeñas lanzas, y el macúahuitl, la espada de madera con filos de
obsidiana. Los alumnos tenían otras obligaciones, como la de reparar los
templos (teocalli), acarreando los materiales necesarios, y trabajar las
tierras y heredades de forma colectiva para su sustento. Especialmente se
buscaba su resistencia al dolor mediante prácticas de autosacrificio. Los
alumnos ociosos o incorrectos eran castigados severamente. Por ejemplo, la
embriaguez se penalizaba con la muerte. Si alguno de los alumnos sobresalía por
su habilidad y valor en las guerras de conquista, algún día podría llegar a ser
ciudadano distinguido a quien se premiaba y rendían honores. Cuando alcanzaban
la edad requerida para casarse, finalizaba su instrucción en el telpochcalli.
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